31 de diciembre de 2007. Por tercera vez me atreví con los 10 kilómetros, en esta ocasión fue la cursa del Sant Silvestre de Barcelona, “la cursa dels nassos”. En las últimas dos semanas no había hecho nada de deporte, más que salir un día con Jomer unos 30 minutos, la verdad poca cosa. La falta de forma me tenía un poco preocupada a parte del frío, era la primera vez que comenzaba una carrera por la tarde. Los primeros kilómetros fueron tranquilos, cogiendo ritmo, calentando el cuerpo y disfrutando de la sensación de estar haciendo lo mismo junto a 7000 personas más. A mi parecer fue un fallo no ir poniendo los kilómetros en todo el recorrido, para personas inexpertas como yo me parece que crea demasiada incertidumbre, no sabes muy bien como debes dosificarte. Así que en esta carrera mi pulsometro fue mi mejor amigo, me fié de no pasar de 190 pulsaciones para no acelerarme demasiado, siguiendo un ritmo constante. La subida por la calle Marina fue el primer tramo que se me hizo un poco duro, pero la recompensa estaba al final de la calle por fin llegamos al ecuador de la prueba, ya teníamos en las piernas 5 kilómetros, y el agua que siempre refresca y reconforta. Pase a 29’30’’ lo esperado. En los siguientes kilómetros quise probar a subir un poquito el ritmo, a ver si conseguía acabar en 54’ como había soñado Carmen, pero al llegar a la Diagonal las piernas empezaron a no responderme como yo quería, un dolor intenso me recorría los isquiotibiales. En este punto lo único que puedo hacer es concentrarme en mi zancada, un pie detrás de otro y un buen ritmo de respiración. Llegamos a Diagonal mar y no tengo ni idea de cuanto queda, le pregunto a un señor que parece experimentado, ya que corre como si llevara unos metros, tan tranquilo, me comenta que seguramente quedan unos 900 metros y que ahora es el momento de echar lo que queda. Le hago caso y me dispongo a seguirlo a un ritmo superior, el pulsometro se queja y subo las pulsaciones a 195, noto el dolor pero no puedo parar, tengo que tratar de llegar lo antes posible. Después de un par de calles y de adelantar unas decenas de personas, llego a la recta final, veo a lo lejos el reloj y me desilusiono un poco al ver que no he podido bajar de 55’ minutos, veo a Carmen que me espera con una sonrisa, menos mal, llego al fin a los 57’40’’ veinte segundos menos que en la Mercè, ha valido la pena.